El lenguaje es un universo fascinante, y las palabras le dan forma. La etimología de las palabras explica de dónde vienen, cómo han llegado a su forma actual y qué significados han ido desarrollando a lo largo de la historia. Las palabras tienen una profunda memoria emocional. Mi familia viene de la comarca del noroeste de Murcia, donde abundan vocablos abandonados por la lengua común y que suelen atribuirse al mal uso de gente, con poca escuela a sus espaldas. Mi padre me enseñó el error que subyace en esta presuposición, y lo hizo con un juego del que todos participábamos en casa. Cuando mi abuela o cualquier paisano de turno nos regalaba un “ave rara”, un vocablo extraño y desoído, era costumbre presuponer que María Moliner ya lo habría cazado. Inmediatamente consultábamos aquella maravillosa y divertida obra que escribió su autora durante más de 15 años en la cocina de su casa, y que recoge la memoria lexicográfica de la lengua española. Allí estaba. No era un vulgarismo sino una belleza rescatada del desuso.
Las palabras tienen una profunda memoria emocional
Al igual que rescatamos palabras y términos del pasado, también solemos dotar de nuevos significados a términos que utilizamos en lo cotidiano. Un ejemplo puede ser el de la sostenibilidad, palabra que acuña un nuevo significado de una manera oficial a finales de los años 80, en un informe emitido por la ONU sobre “Nuestro Futuro Común”. Es un término común para un concepto sencillo: que nuestros hijos hereden un mundo con los mismos recursos que nosotros disfrutamos. Han tenido que transcurrir más de 20 años para que sea parte de las conversaciones que mantenemos en familia o en un bar, y que entre en el lenguaje político. La pregunta es si su uso generalizado es fruto de una conciencia global de cambio y del daño irreparable que hemos generado, o es un esnobismo lingüístico que será manoseado hasta su desuso.
Desde hace más de medio siglo, el modelo económico de crecimiento que sustenta el bienestar del hombre ha ido mostrando debilidades. Estas debilidades se han acrecentado estos últimos 20 años al combinarse el exponencial incremento de la población con un modelo de consumo trepidante que, paradójicamente, es el que sustenta la salud de las economías. Europa, en el año 2019, ha llegado a consumir recursos naturales del orden de 1,8 veces lo que es capaz de generar en su propio territorio. Es una simple cifra que da para la reflexión urgente y profunda. ¿Qué generación pagará la factura de este despropósito?
Si el efecto del hambre de consumo y el crecimiento demográfico lo amplificamos en un contexto de alta transformación digital y automatización, podríamos afirmar que estamos entrando una nueva etapa del antropoceno que acelerará nuestra capacidad de transformación de nuestro entorno. A partir de la Revolución Industrial, el hombre ha sido capaz de modificar cerca del 75 % de la superficie terrestre, ha modificado el ciclo del agua, del carbono y nitrógeno, alterando con ello los ciclos de variabilidad climática dando lugar a lo que hemos llamado “cambio climático”. Las estimaciones del Foro Económico Mundial estiman que se equiparará en un plazo breve la cantidad de biomasa marina con la cantidad de plástico vertidos en el mar. Hemos decidido inmovilizar el litoral, espacio vivo y dinámico, secuestrándolo con usos que no son compatibles con la variación del nivel del mar y la acción del oleaje. El cambio natural se impone a la sinrazón antropocéntrica. Hemos dejado de recibir señales sutiles del entorno. Una evidencia de ello es que en los últimos 50 años hemos perdido más de 2 tercios de la vida salvaje en la tierra.
La sociedad muestra síntomas que reflejan la necesidad reformular las bases profundas de la relación de la humanidad consigo misma y con su entorno. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por la ONU en 2015, la lucha en favor de la mitigación del cambio climático, o programas estratégicos como el Green Deal Europeo, buscan un nuevo modelo económico basado en el concepto de sostenibilidad. Estas misiones o retos son la manifestación de que la sociedad percibe una mezcla entre urgencia y confusión, que necesita cambios en su modelo de producción y consumo.
Parte de esta sociedad también advierte que estamos viviendo una ventana de oportunidad, pero que quizás se está cerrando. La COVID-19 es una amenaza a nuestra normalidad pero para algunos es el contexto ideal para detonar la aceleración un proceso de redefinición de nuestros principios económicos, sociales y ambientales. Marshall McLuhan decía que -la mayoría de las personas viven con las reglas, valores y expectativas de épocas anteriores, pero que el gran desafío es vivir uno en en su propio tiempo-. Una pandemia global es un momento adecuado para romper fronteras y abrirnos a vivir el presente y construir un nuevo futuro.
Nos encontramos ante una crisis que golpea en el primer mundo en los cimientos de las libertades del individuo, la educación, en la seguridad económica y en la salud. Los contextos de mayor estrés son los que ponen de manifiesto las limitaciones de los sistemas, de las organizaciones, pero a la vez ponen de manifiesto también los recursos existentes, o permiten el desarrollo de nuevas soluciones que aceleran la transformación. Estamos pues dentro de una ventana de oportunidad de adaptación al cambio, que puede permitir alinear a la sociedad a los retos y misiones que demanda el planeta. Tenemos la oportunidad de transformar nuestra actual economía global digital de consumo, en un modelo de desarrollo basado en la sostenibilidad.
Conceptos, términos como Economía Regenerativa, Circular, del Bien Común o Colaborativa, así como el decrecimiento económico son la respuesta a la percepción de la sociedad de que necesitábamos nuevas soluciones a retos ya conocidos. Son palabras, términos, que pueden enriquecer el discurso destinado a liderar el cambio; describen un nuevo propósito geopolítico que anhela una segunda versión de la globalización, menos orientada al comercio internacional y más a los retos globales ambientales y sociales que nos unen.
Durante estos meses de pandemia, hemos podido observar cómo nuestros líderes, el actual contexto de gobernanza, adolece de las herramientas de comunicación y motivación básicas. La aldea global está sumida en la polarización. El talento que reside en ciudadanía empuja por el bien común sin una dirección clara hacia la que dirigirse. Se nos invita a recuperar el pasado perdido en vez de construir un nuevo futuro con nuevos paradigmas, que asuman que no es sostenible el modelo de relación del hombre con su planeta.
Nunca antes entendí con mayor claridad que el papel de la educación es clave para lograr los objetivos de desarrollo sostenible, para dar un nuevo significado al término sostenibilidad. Durante los últimos 40 años la universidad, y las organizaciones educativas en general, han estado orientadas al logro, al logro del individuo: su bienestar, su currículum, su carrera profesional, estatus social, acumular bienes o su capacidad de consumo. Tenemos derecho a una opinión propia pero los hechos son universales, y es indiscutible que tenemos que realizar cambios en nuestro modelo económico y educativo para dar un salto del “yo” al “nosotros”.
Para alcanzar este logro, esta necesidad social, la generación de conocimiento y tecnología no es la única respuesta. Sin un equilibrio entre el desarrollo humano y el tecnológico estamos abocados a que la actual era antropogénica culmine con nuestra propia extinción o con el menoscabo del bienestar de las generaciones futuras. Este es el significado profundo del término sostenibilidad. Tenemos recursos tecnológicos suficientes para abordar los retos que nos esperan, pero la gestión de esta pandemia ha puesto de manifiesto que necesitamos líderes que nos reúnan hacia un propósito común nuevo y que logren comunicarlo de una manera eficaz. Probablemente este propósito es hacer sostenible nuestra presencia en este planeta a largo plazo. Necesitamos que de nuestro sistema educativo emane una sociedad que sepa liderarse a sí misma y que encuentre referentes que lleven el timón del barco de la sostenibilidad.
Me pregunto si dentro de unas cuantas décadas este término, esta palabra, tendrá el significado que necesitaba el planeta que tuviera.